La generación de la doble mierda
Vivir cuesta vida, dice un poster paraguayo. Y a mi
generación de los treinta y tantos le tocó lo peor de lo peor. Por partida
doble. Vimos a nuestros padres llegar a casa de trabajar en estado de dependencia,
tener una jornada de 8 horas en un empleo de lunes de a viernes, muchas veces
en el estado, otras en sanatorios, en lugares con un sueldo fijo, de donde se
fueron porque de repente, en vez de morirse trabajando en el mismo lugar, con
ascenso de puestos, como les pasó a nuestros abuelos, los reemplazaron con los
primeros jóvenes entusiastas, como el personaje del lic. en marketing de un
peso un dólar. Todavía vemos aparecer algunos especímenes que nos cuentan que a
lo largo de sus veintincinco años de trabajo tuvieron 4 o 5 en blanco y después
empezó todo en negro. Nosotros no sabemos que es un trabajo en blanco más que
por lo que nos cuentan, pero es regocijante pensar que la próxima generación ni
siquiera va a saber de qué se trata eso. Ni lo van a poder entender.
Sin embargo, nosotros vivimos lo peor, sabemos que hubo algo
mejor, una sensación de seguridad y estabilidad constante hasta el
aburrimiento, no se trataba el trabajo de una preocupación, y que en algún
momento, sin la ayuda de papis te podías comprar una casa. Armar un hogar
sedentario, donde los muebles no tengan que comprarse en función del espacio
habitado en los últimos dos años de alquiler, antes de pasar al próximo, que
probablemente, con la inflación y la posibilidad de aumento de sueldo sea en un
doce metros cuadrados, debajo de la vía del acueducto Maldonado. Pero eso sí, en
Palermo o Cabashito, conectados a todo.
Desde que volví del viaje y me compré la computadora, para
lo cual tuve que viajar a otro país, para conseguirla a la mitad de precio que
se compra acá, incluso con el impuesto del 35% del valor, quedé en la ruina.
Entre eso y la mudanza sola necesito que recuperen mi economía con un
defibrilador. Así que en vez de quejarme, revisé y mandé cvs a todos los
empleos de búsqueda de diseñador hasta que me respondieron de uno. Primero la
entrevista, donde pude trazar toda la historia del lugar. Un colorado que tiene
un papi con contactos que le tiró la idea de abrir un estudio para venderle
diseño a sus contactos del exterior y el colorado del orto contrata a un par de
boludos por dos mangos para trabajarle diez horas en su oficina mientras los
hace laburar en avisos en menos de tres horas cada uno, mientras él escucha
radio Mitre y se rasca la pija, escondida en esos pantalones kaki debajo del
escritorio.
Después de esa desagradable presentación me llamaron para la
segunda entrevista, en la que tenía que exponer mis capacidades, que no, no es
demostrar si se usar los programas y no, tampoco es ver en mi curriculum y mi
web mis trabajos tampoco es suficiente. Sino que los tipos quieren sentarme
frente a la computadora trabajando por tres horas haciendoles un aviso,
rehaciendo una marca que no les gustó, retocandole las imágenes, haciendo todo
el aviso, un trabajo que no cobraría nadie, ni una imprenta, hoy, menos de 2
lucas y todo en un combo de prueba, por ende gratis.
Por momentos sentí el impulso fuerte de levantarme y salir
de ahí a los gritos como Federico Luppi, pero algo también me mantenía sentada,
ahora que lo pienso quizás mi historial de depresión esté involucrado en esa
decisión, pero la cosa es que me quedé y con eso mi humillación de trabajarle
gratis a un colorado de mierda, con la esperanza de trabajar sin cansancio diez
horas por día en su oficinita de mierda, sin gente ni buena onda, sin parar
sólo porque no me alcanza para pagar todas las cuentas mensuales con un solo
trabajo. Pasé toda esa prueba sin ganas y con mi interior en llamas hasta que
me fui de ahí a las dos horas y media. Me dijeron que en quince días me
avisaban si quedaba en su selección.
Salí de ahí y me fui a comprar un barral para el baño, vasos
de vidrio y unas milanesas de soja.
Hoy me respondieron un mail del estudio del colorado: “Solange buenas tardes, te escribo para
comentarte que hemos decidido continuar la búsqueda laboral con otro candidato,
por lo que quería agradecerte tu participación y avisarte que te tendremos en
cuenta en el caso de que surjan nuevas oportunidades”
El Colorado de mierda
me rechazó. Estoy indignada.
“Mandales al sindicato”
me dijeron. Y tal vez lo haga.